El pasado 2 de diciembre se publicó en Journal of the Neurological Sciences una carta al editor de la revista en la que Raffaella Bianucci, antropóloga de
la Universidad de Turín; Fernando
Marías, catedrático de Historia del Arte de la Universidad Autónoma de Madrid y
académico de la Real Academia de la Historia; y Otto Appenzeller, de la New
Mexico Health Enhancement and Marathon Clinics Research Foundation, plantean la
hipótesis de que el Greco sufriera algunos problemas neurológicos desde finales del siglo XVI y que su estado se agravara en los últimos años de
su vida, circunstancia que, lógicamente, habría repercutido en su última
producción. Del artículo se hizo eco Manuel Ansede en las páginas digitales de
El País en su edición del 15 de diciembre.
Según la nueva hipótesis, el Greco habría
sufrido “congenital enophthalmos, strabismus and probable amblyotopia”, y así
lo argumentan a partir del análisis del supuesto Autorretrato que el cretense pintó hacia 1595-1600 y que se
conserva hoy en el Metropolitan Museum de Nueva York.
Enoftalmos es el
hundimiento de un globo ocular de tamaño normal dentro de la órbita ocular, y
puede producirse por el avance de la degeneración física en personas de edad
avanzada, particularmente por la pérdida de grasa en la zona; por
deshidratación; o por razones congénitas, que es lo que aventuran los autores
de la carta a propósito del ojo izquierdo del retratado. La ambliopía es una
disminución de la agudeza visual, y como dicen los autores “is a common
consequence of strabismus in modern patients”, anomalía que podría haber
sufrido el Greco según ellos “in the absence of right kind of intervention”.
Todas estas anomalías afectan más al lado izquierdo del retratado, lo que
relacionan los autores con una “anosognosia, a failure to be aware of specific
impairments resulting in his case, because of his age, after a ischemic stroke
he suffered earlier”. Este accidente isquémico explica, según los autores, que
el lado izquierdo de la frente esté menos arrugada; que la oreja de ese lado
sea más grande y de forma diferente; que el músculo temporal y la mejilla,
también de ese lado, sean atróficos y que el pliegue nasolabial sea más
profundo; que la comisura de la boca esté ligeramente fláccida; y, finalmente,
que los pelos del bigote y la barba en el lado izquierdo sean más largos y
desaliñados, pistas de que el Greco, o quien fuera el retratado, tenía
dificultades para arreglarse esa parte de su rostro. Los autores concluyen que
“these signs may be consistent with a right parietal lesión resulting in
partial loss of awareness of his left face”, lesión que habría sufrido a
finales del siglo XVI -cuando se fecha el retrato, que podría haber pintado
como testimonio del accidente-, y que vinculan con que, a partir de 1608, el Greco
sufrió una agrafia patente en algunos documentos manuscritos y que hace casi ilegible
su firma en el inventario que firmó poco antes de morir en 1614, lo que podría
ser síntoma a su vez de que sufrió otros accidentes cerebrovasculares que, a la
par, podrían relacionarse con su producción artística final y sobre todo con
las diferencias de calidad entre unas obras y otras.
A favor de la nueva hipótesis están los
indicios que pueden apreciarse en los propios documentos, no tanto desde
finales del siglo XVI y comienzos del XVII, sino sobre todo a partir de 1608,
cuando parece cierto que la firma del Greco en los contratos o en otros
documentos cambió tal y como se deduce del artículo de J. C. Galende Díaz al
que remiten los autores y que en parte reproduce Ansede en El País. De hecho,
la caligrafía es más parecida a la del hijo del Greco, Jorge Manuel, aunque
también podría haber firmado otra persona del entorno del pintor, si bien esto
no necesariamente tiene que relacionarse con un supuesto accidente en la salud
del cretense. También es verdad que, en 1608, el Greco firmó el contrato para
hacer los retablos y las pinturas a ellos asociados para el hospital Tavera de
Toledo, y en una de sus cláusulas se explicita que en caso de accidente o
muerte del pintor, el responsable del encargo sería su hijo Jorge Manuel, como
finalmente acabó ocurriendo tras la muerte del Greco en 1614. Lo cierto es que
habría que comparar con otros contratos de la época para saber si era esta una
cláusula habitual o no. Además, hay que tener en cuenta que, por entonces, el
Greco, nacido hacia 1541, contaba con unos 67 años, edad avanzada para la época,
y que podría hacer pensar que la cláusula no estaba necesariamente unida a la
falta de salud del Greco, sino más bien a su avanzada edad. En cualquier caso,
lo que queda por resolver es la diferente caligrafía que comienza a aparecer en
los documentos a partir de 1608.
Sin embargo, hay que tener en cuenta, en
primer lugar, que no hay certeza absoluta del que el retrato del Metropolitan
sea, en realidad, un autorretrato del Greco. El propio museo titula la obra
“Portrait of an Old Man”, pues son tantas las propuestas que afirman que es un
autorretrato como las que no. Una prueba, no del todo concluyente, de que
pudiera tratarse de un autorretrato, es la representación frontal del retratado
como se ha apuntado en ocasiones. Ahora bien, hay que pensar que el Greco hizo
otros retratos frontales, como el Caballero de la mano en el pecho, cuyas
características físicas, por cierto, son semejantes a las descritas en la carta
de la que hablo.
Si nos atenemos sólo a lo que en esa
carta se expone, no parece evidente que el retratado parezca más estrábico de
lo normal -casi todos lo somos en mayor o menor medida-, rasgo que junto a lo
que se dice sobre la frente, la oreja, el músculo temporal, la mejilla, el
pliegue nasolabial y la boca, podrían haberse debido a dos razones
esencialmente. La primera es la edad avanzada del retratado, que genera
ineludibles deformidades físicas como el agrandamiento de nariz y orejas, el
afinamiento de los labios, arrugas, etc. La segunda es meramente artística, es decir
que pudo deberse a razones compositivas para abolir lo que de otro modo habría
sido una excesiva frontalidad -y con ella, un retrato “muerto”- y para
conseguir, a través de estos sutilísimos matices y diferencias entre las dos
mitades del rostro del retratado, la vivacidad que emana del retrato del Metropolitan.
Que los pelos del bigote y la barba en el lado izquierdo sean más largos o no
es una prueba más de que uno ve en las pinturas lo que quiere ver.
En definitiva, soy bastante escéptico a
propósito de los diagnósticos que los médicos actuales -tanto en pro como en
contra: Ansede cita a un también escéptico Enrique Santos Bueso, oftalmólogo-
puedan hacer sobre "pacientes" del pasado y, por tanto, ya muertos, a
partir sólo de fuentes gráficas y sin la posibilidad de recurrir a restos
biológicos.
La cuestión más interesante, desde mi
punto de vista, y que vuelve a poner sobre la mesa la carta del Journal of the Neurological Sciences, es
la diferencia de calidades en la producción última del Greco, un asunto este
que apenas se trató en el "Año Greco" y que la exposición El Greco. Arte y oficio, sólo contribuyó a enmarañar aún más. En la
historiografía especializada hay una tónica común para hacer de Jorge Manuel,
hijo del Greco y miembro de su taller si es que no llego a tener taller
independiente, un pintor mediocre. Esto, a su vez, se relaciona con obras de
buena calidad o, por el contrario, de escasa calidad que han estado o están en
el mercado, ya que la diferencia en la tasación de un original del Greco
respecto a una obra de Jorge Manuel o de miembros de su taller es abismal, por
supuesto. Esta circunstancia no tiene por qué relacionarse estrechamente con la
falta de salud del Greco a partir de 1608, aunque podría ser, con lo que
afectaría a la valoración de su última producción. Significativamente es un
tema del que no se habla o apenas, y siempre suele ser Fernando Marías quien lo
saca a colación. En efecto, asumir que Jorge Manuel fue un buen pintor pasaría
por poner en duda, por ejemplo, la autoría de obras como las del hospital
Tavera -incluida la supuesta Visión desan Juan del Metropolitan, que para mí tanto como para Marías es una Resurrección de la carne-, o de otras de
las que se habla en el artículo de Ansede.
En este sentido, no tengo dudas de que la
Inmaculada de la Capilla Oballe es
una obra excepcional en cuya ejecución el Greco tuvo mucha responsabilidad. Eso
sí: cuando abandonemos la idea de que los grandes maestros pintaban sus obras
de principio a fin y aceptemos que los miembros de su taller o sus ayudantes
tenían una participación notable en la ejecución de las grandes obras y no sólo
en la producción secundaria, mejor nos irá. Lo que ocurre es que esto no se
producirá o tardará en producirse porque dinamitaría los cimientos del
"mundo del arte" tal y como los hemos entendido y los entendemos
ahora: influiría en las instituciones como universidades y museos, a los
historiadores del arte y a los conservadores de museo y, en particular, al
mercado. Sabemos que la cosa fue así, y a veces lo decimos, pero en voz baja. Asimilarlo
y asumirlo de verdad daría al traste, en parte, con la autoridad que asignamos
aún a instituciones, especialistas y mercado. Lo más importante, para mí, del
nuevo trabajo es que pone encima de la mesa un problema espinoso. Muy espinoso.
Es interesante, por cierto, relacionar
todo esto con el supuesto nuevo retrato de Felipe III cuya autoría,
supuestamente, es de Velázquez, y que William B. Jordan ha donado a American
Friends of Prado Museum esta misma semana. Los medios de persuasión y, con
ellos, el público lector o espectador en general, se han unido en la hora de
las alabanzas ante el "nuevo" descubrimiento, a pesar de que son
muchas las cuestiones que se pueden discutir sobre la nueva obra. Ni una sola duda, en cambio, he podido apreciar en lo publicado estos días pasados, sino más bien lo contrario. Lástima que
para poder ver el cuadro habrá que esperar hasta marzo o abril del año que
viene o pedir permiso al Prado para verlo y, con él, también la documentación
técnica, por ahora sólo al alcance de los conservadores del Prado que, no por
casualidad, son considerados los máximos especialistas en sus distintos campos... Pero esto es asunto que habrá que dejar para otra ocasión.