“Todo aquello que bulle y hormiguea y gira, es bueno”.
Fritz Zorn, Bajo el signo de Marte

viernes, 16 de diciembre de 2016

El Greco, estrábico e isquémico

El pasado 2 de diciembre se publicó en Journal of the Neurological Sciences una carta al editor de la revista en la que Raffaella Bianucci, antropóloga de la Universidad de  Turín; Fernando Marías, catedrático de Historia del Arte de la Universidad Autónoma de Madrid y académico de la Real Academia de la Historia; y Otto Appenzeller, de la New Mexico Health Enhancement and Marathon Clinics Research Foundation, plantean la hipótesis de que el Greco sufriera algunos problemas neurológicos desde finales del siglo XVI y que su estado se agravara en los últimos años de su vida, circunstancia que, lógicamente, habría repercutido en su última producción. Del artículo se hizo eco Manuel Ansede en las páginas digitales de El País en su edición del 15 de diciembre

Según la nueva hipótesis, el Greco habría sufrido “congenital enophthalmos, strabismus and probable amblyotopia”, y así lo argumentan a partir del análisis del supuesto Autorretrato que el cretense pintó hacia 1595-1600 y que se conserva hoy en el Metropolitan Museum de Nueva York. 


Enoftalmos es el hundimiento de un globo ocular de tamaño normal dentro de la órbita ocular, y puede producirse por el avance de la degeneración física en personas de edad avanzada, particularmente por la pérdida de grasa en la zona; por deshidratación; o por razones congénitas, que es lo que aventuran los autores de la carta a propósito del ojo izquierdo del retratado. La ambliopía es una disminución de la agudeza visual, y como dicen los autores “is a common consequence of strabismus in modern patients”, anomalía que podría haber sufrido el Greco según ellos “in the absence of right kind of intervention”. Todas estas anomalías afectan más al lado izquierdo del retratado, lo que relacionan los autores con una “anosognosia, a failure to be aware of specific impairments resulting in his case, because of his age, after a ischemic stroke he suffered earlier”. Este accidente isquémico explica, según los autores, que el lado izquierdo de la frente esté menos arrugada; que la oreja de ese lado sea más grande y de forma diferente; que el músculo temporal y la mejilla, también de ese lado, sean atróficos y que el pliegue nasolabial sea más profundo; que la comisura de la boca esté ligeramente fláccida; y, finalmente, que los pelos del bigote y la barba en el lado izquierdo sean más largos y desaliñados, pistas de que el Greco, o quien fuera el retratado, tenía dificultades para arreglarse esa parte de su rostro. Los autores concluyen que “these signs may be consistent with a right parietal lesión resulting in partial loss of awareness of his left face”, lesión que habría sufrido a finales del siglo XVI -cuando se fecha el retrato, que podría haber pintado como testimonio del accidente-, y que vinculan con que, a partir de 1608, el Greco sufrió una agrafia patente en algunos documentos manuscritos y que hace casi ilegible su firma en el inventario que firmó poco antes de morir en 1614, lo que podría ser síntoma a su vez de que sufrió otros accidentes cerebrovasculares que, a la par, podrían relacionarse con su producción artística final y sobre todo con las diferencias de calidad entre unas obras y otras.

A favor de la nueva hipótesis están los indicios que pueden apreciarse en los propios documentos, no tanto desde finales del siglo XVI y comienzos del XVII, sino sobre todo a partir de 1608, cuando parece cierto que la firma del Greco en los contratos o en otros documentos cambió tal y como se deduce del artículo de J. C. Galende Díaz al que remiten los autores y que en parte reproduce Ansede en El País. De hecho, la caligrafía es más parecida a la del hijo del Greco, Jorge Manuel, aunque también podría haber firmado otra persona del entorno del pintor, si bien esto no necesariamente tiene que relacionarse con un supuesto accidente en la salud del cretense. También es verdad que, en 1608, el Greco firmó el contrato para hacer los retablos y las pinturas a ellos asociados para el hospital Tavera de Toledo, y en una de sus cláusulas se explicita que en caso de accidente o muerte del pintor, el responsable del encargo sería su hijo Jorge Manuel, como finalmente acabó ocurriendo tras la muerte del Greco en 1614. Lo cierto es que habría que comparar con otros contratos de la época para saber si era esta una cláusula habitual o no. Además, hay que tener en cuenta que, por entonces, el Greco, nacido hacia 1541, contaba con unos 67 años, edad avanzada para la época, y que podría hacer pensar que la cláusula no estaba necesariamente unida a la falta de salud del Greco, sino más bien a su avanzada edad. En cualquier caso, lo que queda por resolver es la diferente caligrafía que comienza a aparecer en los documentos a partir de 1608.

Sin embargo, hay que tener en cuenta, en primer lugar, que no hay certeza absoluta del que el retrato del Metropolitan sea, en realidad, un autorretrato del Greco. El propio museo titula la obra “Portrait of an Old Man”, pues son tantas las propuestas que afirman que es un autorretrato como las que no. Una prueba, no del todo concluyente, de que pudiera tratarse de un autorretrato, es la representación frontal del retratado como se ha apuntado en ocasiones. Ahora bien, hay que pensar que el Greco hizo otros retratos frontales, como el Caballero de la mano en el pecho, cuyas características físicas, por cierto, son semejantes a las descritas en la carta de la que hablo.

Si nos atenemos sólo a lo que en esa carta se expone, no parece evidente que el retratado parezca más estrábico de lo normal -casi todos lo somos en mayor o menor medida-, rasgo que junto a lo que se dice sobre la frente, la oreja, el músculo temporal, la mejilla, el pliegue nasolabial y la boca, podrían haberse debido a dos razones esencialmente. La primera es la edad avanzada del retratado, que genera ineludibles deformidades físicas como el agrandamiento de nariz y orejas, el afinamiento de los labios, arrugas, etc. La segunda es meramente artística, es decir que pudo deberse a razones compositivas para abolir lo que de otro modo habría sido una excesiva frontalidad -y con ella, un retrato “muerto”- y para conseguir, a través de estos sutilísimos matices y diferencias entre las dos mitades del rostro del retratado, la vivacidad que emana del retrato del Metropolitan. Que los pelos del bigote y la barba en el lado izquierdo sean más largos o no es una prueba más de que uno ve en las pinturas lo que quiere ver.

En definitiva, soy bastante escéptico a propósito de los diagnósticos que los médicos actuales -tanto en pro como en contra: Ansede cita a un también escéptico Enrique Santos Bueso, oftalmólogo- puedan hacer sobre "pacientes" del pasado y, por tanto, ya muertos, a partir sólo de fuentes gráficas y sin la posibilidad de recurrir a restos biológicos.

La cuestión más interesante, desde mi punto de vista, y que vuelve a poner sobre la mesa la carta del Journal of the Neurological Sciences, es la diferencia de calidades en la producción última del Greco, un asunto este que apenas se trató en el "Año Greco" y que la exposición El Greco. Arte y oficio, sólo contribuyó a enmarañar aún más. En la historiografía especializada hay una tónica común para hacer de Jorge Manuel, hijo del Greco y miembro de su taller si es que no llego a tener taller independiente, un pintor mediocre. Esto, a su vez, se relaciona con obras de buena calidad o, por el contrario, de escasa calidad que han estado o están en el mercado, ya que la diferencia en la tasación de un original del Greco respecto a una obra de Jorge Manuel o de miembros de su taller es abismal, por supuesto. Esta circunstancia no tiene por qué relacionarse estrechamente con la falta de salud del Greco a partir de 1608, aunque podría ser, con lo que afectaría a la valoración de su última producción. Significativamente es un tema del que no se habla o apenas, y siempre suele ser Fernando Marías quien lo saca a colación. En efecto, asumir que Jorge Manuel fue un buen pintor pasaría por poner en duda, por ejemplo, la autoría de obras como las del hospital Tavera -incluida la supuesta Visión desan Juan del Metropolitan, que para mí tanto como para Marías es una Resurrección de la carne-, o de otras de las que se habla en el artículo de Ansede.

En este sentido, no tengo dudas de que la Inmaculada de la Capilla Oballe es una obra excepcional en cuya ejecución el Greco tuvo mucha responsabilidad. Eso sí: cuando abandonemos la idea de que los grandes maestros pintaban sus obras de principio a fin y aceptemos que los miembros de su taller o sus ayudantes tenían una participación notable en la ejecución de las grandes obras y no sólo en la producción secundaria, mejor nos irá. Lo que ocurre es que esto no se producirá o tardará en producirse porque dinamitaría los cimientos del "mundo del arte" tal y como los hemos entendido y los entendemos ahora: influiría en las instituciones como universidades y museos, a los historiadores del arte y a los conservadores de museo y, en particular, al mercado. Sabemos que la cosa fue así, y a veces lo decimos, pero en voz baja. Asimilarlo y asumirlo de verdad daría al traste, en parte, con la autoridad que asignamos aún a instituciones, especialistas y mercado. Lo más importante, para mí, del nuevo trabajo es que pone encima de la mesa un problema espinoso. Muy espinoso.

Es interesante, por cierto, relacionar todo esto con el supuesto nuevo retrato de Felipe III cuya autoría, supuestamente, es de Velázquez, y que William B. Jordan ha donado a American Friends of Prado Museum esta misma semana. Los medios de persuasión y, con ellos, el público lector o espectador en general, se han unido en la hora de las alabanzas ante el "nuevo" descubrimiento, a pesar de que son muchas las cuestiones que se pueden discutir sobre la nueva obra. Ni una sola duda, en cambio, he podido apreciar en lo publicado estos días pasados, sino más bien lo contrario. Lástima que para poder ver el cuadro habrá que esperar hasta marzo o abril del año que viene o pedir permiso al Prado para verlo y, con él, también la documentación técnica, por ahora sólo al alcance de los conservadores del Prado que, no por casualidad, son considerados los máximos especialistas en sus distintos campos... Pero esto es asunto que habrá que dejar para otra ocasión.

2 comentarios:

  1. El retrato de Felipe III atribuído por Bill Jordan a Velázquez no deja de plantear problemas; todos los retratos que poseemos lo presentan, como su madre Ana de Austria y su padre Felipe II, con los ojos azules; incluso Velázquez se los pintó azules en el retrato ecuestre del Salón de Reinos ¿se nos cambia el color del iris? nadie ha dicho nada al respecto... ay... ¿Qué pasa con nuestra mirada?
    Por otra parte, si es un modelo o un fragmento de la Expulsión de los moriscos y solo poseemos la descripción de Palomino ¿Cómo es que parece en escorzo caballero y con veste civil? Se señala que iba armado y no a caballo, pues a la derecha tenía una personificación de España sentada... lo que sería ilógico relacionar con alguien que no fuera de pie.
    FMarías

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  2. Gracias por tu comentario, Fernando.

    En efecto, ya expresé mis primeras dudas sobre el retrato en Twitter (https://twitter.com/joseriello/status/809337795454074881 https://twitter.com/joseriello/status/809120219239219200) e Instagram (https://instagram.com/p/BOCKtKgh07B/) justamente basándome en la comparación con otros retratos en que se presenta a Felipe III con ojos azules. Esta circunstancia no podría haber pasado desapercibida a Velázquez aunque no conoció al rey, pues es muy destacable su acribia en la representación de estos detalles -véase en particular los ojos del retrato del Salón de Reinos, que tú citas y al que ya me referí en Twitter e Instagram (https://instagram.com/p/BOCKtKgh07B/) o los grisáceos que pintó en el último retrato que hizo de Felipe IV-.

    Por otro lado, en efecto, el cotejo con la descripción de Palomino no concuerda con el nuevo retrato. Parece otro caso de gato por liebre. Seguimos.

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