“Todo aquello que bulle y hormiguea y gira, es bueno”.
Fritz Zorn, Bajo el signo de Marte

jueves, 22 de enero de 2015

Un cómic horaciano



Las obras maestras de la Historia del Arte, si acaso existieran tales cosas (las obras maestras y la Historia del Arte), son tan obras y tan maestras que hemos terminado por no mirarlas. Si a eso añadimos que, por lo general, se conservan y pueden contemplarse en esos lugares inhóspitos en que se han convertido los museos, es perfectamente comprensible que lo que cunda ante ellas sean el desinterés o el desánimo o el “selfie” con tales obras en segundo plano.

En ese sentido, cualquier iniciativa que recupera esas obras maestras y las devuelve a quien pertenecen por hecho y por derecho, es decir a la gente en general, arrebatándosela a esos particulares que son los historiadores del arte o los conservadores de museos (en muchos casos, una y la misma persona), ha de ser saludada como un acontecimiento extraordinario y halagüeño como lo es la publicación del cómic Las meninas perpetrado por Santiago García y Javier Olivares. El primero es guionista de cómics y autor de ensayos sobre tal cosa, y el segundo es ilustrador, historietista y profesor, y no sólo no se han arredrado ante tamaña empresa, sino que en una suerte de órdago a lo grande (y digo bien), han metido a Michel Foucault en harina desde, casi, la primera página de su libro. 


A la postre, fue Foucault el primero que interpretó el cuadro como un juego de representaciones en que se ha acabado por convertir el propio cómic respecto al cuadro de Velázquez pero también a su vida y su obra entera e, incluso, a las de los propios autores que, si no me confundo, asoman en una de las últimas viñetas, al fondo y a la luz de un flexo, mirando al lector. Esto es sólo un ejemplo de cómo este cómic no pierde, en ninguna de sus páginas, un ápice de rigor, tanto en el recurso a los datos documentales que se conocen sobre la vida y la obra del pintor sevillano como a las referencias a algunos de los debates esenciales que en torno a la pintura se produjeron en la época. Pero es que el libro resulta aún más convicente por el esfuerzo que sus autores han hecho por acomodar los diálogos al lenguaje y a la prosodia del momento sin que por ello el lector poco habituado a frecuentar la literatura del siglo XVII tire la toalla; más bien, al contrario.

Si me pusiera estupendo diría que Las meninas se divide en tres secciones esenciales que, a su vez, se desarrollan en varios subcapítulos. Esas secciones se refieren a tres objetos que adquirieron ya en vida de Velázquez la categoría de símbolos, que así han llegado hasta nuestra época y que resumen el contenido del cómic: “La llave”, que aparece en el cuadro aunque pueda pasar desapercibida y que remite a su oficio como aposentador mayor de palacio, merced que logró en 1652, que era una de las más preciadas en el muy jerarquizado escalafón cortesano y que constituyó la culminación de su carrera en la corte, aunque seguramente pretendiera ser lo que entonces se llamaba maestro de cámara; “El espejo”, que a pesar de las dudas que despertó entre algunos especialistas es una de las claves del lienzo, si no la clave junto con el autorretrato del pintor puesto que sin ellos no habría cuadro; y “La cruz” de la Orden de Santiago, que consiguió de manera oficiosa en 1658 y oficialmente en 1659 toda vez que superó el tortuoso y, para él, muy problemático proceso de concesión del hábito. Trascendiendo la leyenda de que la pintara el rey Felipe IV, los autores ofrecen su interpretación de manera oblicua, que es el mejor modo de abordar un cuadro como Las meninas pero, como entenderéis, no pienso desvelarla aquí.


La historia es animada por los enigmas que contiene el cuadro, destilados paulatinamente desde las primeras páginas hasta la última; por la biografía del pintor y particularmente lo relativo a la concesión del hábito de Santiago, que le costó un tercio de su vida para apenas disfrutarlo poco más de un año; o por otros episodios que no le afectaron directamente pero que fueron conocidos en la época, como el asesinato de una de las mujeres que tuvo Alonso Cano. Por lo demás, la manera en que se desarrolla la historia desde un punto de vista estrictamente gráfico también alienta al lector voraz: por ejemplo, en la página 33 se narra la llegada de Velázquez a Madrid en 1623 con la alternancia de planos generales, medios y primeros o primerísimos planos que aceleran la historia sin necesidad de que medie palabra; o entre las páginas 146 y 147 se desarrolla un collage de viñetas que explica la que Luca Giordano denominó “teología de la pintura” y que se recompone en la página 148 reconstruyendo de otro modo lo que muestran Las meninas, es decir la espalda del cuadro, un clímax de densidad teórica que los autores aligeran haciendo hablar a todos los personajes e, incluso, al mastín que Velázquez pintó en primer plano y que muestra una familiaridad con Felipe IV a la que ni sus propios familiares podían, quizá, aspirar.
Además, se recurre a flashbacks y flashforwards que estimulan la narración, tanto en la propia vida de Velázquez como en momentos anteriores o mucho posteriores a la ejecución del cuadro. Uno de los álgidos es el cruce de miradas entre el sevillano y Picasso niño en el paso de las páginas 39 a la 40, recurso que me atrevería a llamar cinematográfico y que constituye una reflexión en viñetas del peso de la tradición y lo que ella significa. Trascendiendo los límites de la propia historia que los autores cuentan, creo que este es el asunto principal del cómic, tal y como demostraría que a lo largo de las 185 páginas desfilen Rafael, Cano, Quevedo, Bernini, Murillo, Goya, Picasso, Dalí, Foucault o Buero Vallejo, entre otros, o se destilen referencias a la mitología o la historia antigua sin que decaigan en ningún momento ni el rigor ni el entretenimiento. Por esa razón Las meninas es, si se me permite, un cómic horaciano que ha de ser leído por todos, o sea por los aficionados al cómic, los que no lo son y los aficionados al arte o, incluso, a la Historia del Arte. Y eso si acaso esta última existiera.

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