Al principio fue la sombra. Cuenta Plinio en la Historia natural que una muchacha de Corinto, desolada por la marcha del joven del que estaba enamorada, concibió la idea de trazar con una línea la sombra que proyectaba el rostro de su amado sobre un muro gracias a la luz temblorosa de una lucerna con el fin de mantenerlo cerca de sí venciendo de ese modo la distancia.
Al principio, por tanto, también fue el retrato. Y lo que el retrato significaba de victoria sobre la ausencia. Desde entonces se otorgó a este muy particular género pictórico el estatuto que mantuvo durante mucho tiempo en el arte occidental: imitar la presencia, hacer como si lo ausente estuviera ahí delante, vencer lo invencible, conseguir que los muertos revivieran como hubiera querido Leon Battista Alberti. Y decidme, ¿acaso existe mayor ausencia que la que la muerte impone? Creyendo en la eternidad la vida pierde buena parte de su sentido y uno puede echarse a dormir tranquilo. Pero el que no cree... Para él es necesario ese subterfugio radicalmente falso pero esperanzador, al menos durante el instante en que mira la efigie del que no está para engañarse a sabiendas de que se engaña y creer que sí está, y ahí delante. Todos, siempre, pretendemos soslayar la ausencia, que desgarra.
Ahí delante. Como asomados a una ventana mirando desde el más allá. Los retratos que genéricamente se denominan “del Fayum”, una región en la que se han encontrado muchos de ellos pero no la única, se pintaron entre los siglos I y III en la provincia romana de Egipto mientras el difunto aún estaba vivo. Seguramente esos retratos se utilizaban en origen como adorno de las paredes de la casa ya que, por lo general, el retratado aparenta una edad menor que la que en realidad tiene la momia a la que el retrato fue después asociado. Además, la tela sobre la que el retrato fue pintado es más antigua que la mortaja que envuelve la momia y se ha encontrado al menos un marco de madera en que fue colocado uno de esos retratos. Es decir, en origen eran retratos en el sentido en que hoy entendemos el término, pero lo que les da ese carácter excepcional es su destino posterior ya que, una vez muerto el retratado, su retrato se cosía a su momia y esta se guardaba en la propia casa en una suerte de “cámara de los antepasados” y en posición vertical, como cuenta Heródoto, luego la relación visual con el difunto y, en definitiva, con la muerte, era directa y visual. Cotidiana. La vida se desarrollaba como si el muerto estuviera vivo y esa costumbre es un reflejo de la experiencia habitual e insoslayable de la muerte, tan distinta a la nuestra en que la muerte es, precisamente, una trágica cesura. Finalmente, con el paso del tiempo y toda vez que se había diluido el recuerdo del muerto, las momias eran enterradas en fosas comunes donde se han conservado hasta la actualidad debido entre otras cosas a las altas temperaturas que se alcanzan en la zona.
Como cuenta Jean-Christophe Bailly en La llamada muda, en los retratos del Fayum se unen la tradición egipcia de la momificación y la grecorromana de las mascarillas funerarias. Pero no sólo: también dos concepciones distintas de la muerte y su significado. Mientras que para los egipcios la muerte era continuación, viaje y porvenir, para los griegos y los romanos significaba interrupción, acabamiento, fin. Y estos estremecedores retratos participan a la par de ambas nociones. Por ello son tan extraordinariamente conmovedores. Si la vida es ese regalo que queda suspendido entre dos piélagos de insondable oscuridad, estos retratos se mantienen en la cuerda floja, en el precario equilibrio que brinda el finísimo límite que separa la vida y la muerte, el pasado y el futuro. Son una cicatriz que se abre bajo el imparable curso del tiempo, y ya sabéis lo que pasa con las cicatrices: que la vida pulsa en su interior.
Estos retratos suspenden el tiempo, haciendo al más allá turbadoramente presente. Ese oscuro pozo sin fondo adquiere una cualidad sensitiva, estremecedoramente sensual. Apenas hay dos ojos que miran desde una noche oscura; son una ventana del alma, claro. Borrad los ojos a esos monigotes que distraídamente pintáis en el bloc de notas mientras habláis por teléfono y decidme si esos monigotes conservan un hálito de vida. Yo diría que les hace falta la mirada, una mirada, por vacía que esté. La vida acecha tras el globo ocular y estas miradas de los retratos del Fayum, de ojos enormes que recuerdan en su forma a los de las mascarillas funerarias de la tradición grecorromana, son el abismo del tiempo transformado en negrura. Esas almendras vivacísimas recuperan lo que nos une en el tiempo y en el espacio, hablan de lo eterno que en el fondo albergamos, por escaso que sea. De lo que nos une y de la escisión que se ha producido, que se está produciendo. Los retratos del Fayum plantean una pregunta, una duda, sólo con unos cuantos materiales pobres. Lino, madera, cera de abeja, clara de huevo, agua, yeso: lo que estaba allí, al alcance de la mano, que fue transfigurado por unos cuantos artífices capaces de cambiar esos materiales paupérrimos, modestísimos, para volverlos deslumbrantes. Creo que esa es la razón última de que los retratos sean tan familiares. Con unos pocos pedazos de materia, groseros y burdos, se frenó el imparable flujo del tiempo.
Y la vida se tornó un silencio habitado.
"No sé quién ha dicho que el gran talento no consiste precisamente en saber lo que se ha de decir, sino en saber lo que se ha de callar" (Mariano José de Larra)
ResponderEliminarTe leo, pero no te veo en tus palabras.
ResponderEliminarno te conozco pero tampoco te reconozco en lo que escribes.
este es tu blog, puedes escribir lo que quieras y como quieras, pero no veo rabia (buen pseudónimo para Zorn) no veo compromiso ni opinión que salga de las entrañas,ni tu alma desnuda, aunque ¿acaso hace falta?
¿qué te hormiguea?
¿por qué no escribes un día de Lucien Freud? me encantaría saber qué opinas de él, o de courbet y su orígen del mundo..cosas que mueven que no dejan indiferentes, algo que al leerlo te abofetee y te deje sin palabras.
eso estaría bien.
aunque este es tu blog.
entonces..¿acaso hace falta todo lo dicho?
Pues a mi me encanta la dimensión que intuyo y siento, pero que no soy capaz de tocar.
ResponderEliminarEn la contención está la virtud (y en la desmesura a veces también, la verdad, pero es que tu contención es muy virtuosa).
Aunque la mayoría de los temas, no me muevan mucho el corazón, tu mirada de las cosas, tu ironía y tu sentido del humor me interesan más.
¡y el puntito melancólico es del todo fetén!
En conclusión: escribe de lo que quieras, pero no dejes de escribir y de mirar.
(por favor)
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A mí me parece que hoy en dia es muy difícil encontrar esta sensibilidad tan especial en un hombre: por eso me gusta cómo escribes. Te sigo desde hace años en "Descubrir el arte", y tus artículos siempre fueron mis preferidos. Recientemente descubrí el blog, y esto no hizo sino acrecentar mi opinión, si no sobre ti, porque no te conoozco, sí sobre lo que de ti subyace en tus escritos.
ResponderEliminarMe gusta sobre todo tu espontaneidad; discrepo de la opinión de Marina porque creo que precisamente, lo que haces en esta página es desnudar tu alma. Evidentemente, hay artículos mejores y peores, pero en general en todos hay una reflexión interesante; me hace gracia porque tus disquisiciones se parecen mucho a las que hace mi profesor de Historia de las Ideas Estéticas II (Antonio Manuel González Rodriguez), pero con más frescura.
En resumen, me identifico mucho con tu forma de mirar el mundo, y admiro tu capacidad para abstraerte de lo que te rodea y dar rienda suelta a lo que sientes: en ocasiones, es más difícil que ser crítico, porque implica más valentía.
Simplemente con leerte se ve que lo que escribes te sale directamente del corazón. Y eso es algo que debes cuaidar como si se tratase de un tesoro
Y al final también será la sombra.
ResponderEliminarIsabel Navarro.
Siempre me ha fascinado como Egipto, fascinó a Roma tras su conquista, y como consecuencia de ello adoptaron las costumbres de enterramiento egipcias, con estos retratos de Al Fayum. El tema de la muerte es recurrente a lo largo de la Historia del Arte, forma parte de esa tensión continua entre el Eros y el Thanatos. Sin embargo, no le veo gran drama a esta cuestión.
ResponderEliminarLa muerte y la vida, son condiciones intrínsecas a nuestra existencia, y debemos aceptar con estoicismo nuestra razón de ser. Creo que en realidad todas las culturas siempre han tenido presente esta cuestión, aunque cada una ha optado por enfrentarse a ella, de una forma diferente a este acontecimiento irremediable de nuestro destino, que es la muerte.